Aunque las costuras en las canciones de los platenses siguen ventilándose (pervive el sempiterno pulso Strokes en “Ahora imagino cosas”, una de las piezas que desgranaron de su reciente álbum, La síntesis O’Konor), bien puede decirse que con este último trabajo largo – el mejor – han dado con su visión más autónoma y singular del pop. Resuelta hasta ahora con inequívoca soltura pero sin excedente de imaginación, los Él Mató a un Policía Motorizado de 2017 son una banda más atenta a la caricia que al rasguño, más propensa a las guitarras cristalinas que a la electricidad desenfocada, y más presta a incentivar la presencia de los teclados en piezas en cuyo entramado rítmico ya no solo evocan a Los Planetas, sino también a Can. La preciosa “El Tesoro” o la delicadísima “La noche eterna”, dos de las primeras en sonar en su concurridísimo concierto del Veles e Vents (de esos bolos con sabor a inicio de temporada), son la mejor plasmación de esa ligera operación renove de su sonido, que ha ganado en matices y nuevos registros.
Por lo demás, la particular forma de modular la voz de Santiago Barrionuevo, en mantras emocionales con letras sencillas que adquieren cierto calado generacional, y la simbiosis con un público entregado, hicieron el resto en un nudo central con el rescate de “Nuevos discos”, “Mujeres bellas y fuertes” o “Chica de oro” (con estribillo doblado a cargo del público, ya sin música) y una recta final en la que clásicos más discretos como “Más o menos bien” o “Chica rutera” fueron amplificados con la preceptiva sobredosis de electricidad, en enérgico remache. Los argentinos crecen, en paralelo a su cada vez más numerosa parroquia en nuestro país.
Por su parte, los valencianos L’Home Brut, premio Ovidi a mejor maqueta de 2015, oficiaron de teloneros con un discurso aún algo indefinido, que se mueve entre el rock alternativo norteamericano de alto voltaje emocional y ese indie que ya nació destinado a engrosar grandes festivales.