PAU VERGARA: El Festival de Málaga 2025 arrancó con una presencia valenciana más sólida que nunca. Un año más, el certamen se confirma como el mejor escaparate para conocer el cine español del presente y del futuro. Y en esa ecuación, la Comunidad Valenciana ha decidido no quedarse en la periferia, sino jugar en la primera división de la industria.
Entre las apuestas más destacadas de la Sección Oficial a concurso, Una quinta portuguesa, de Avelina Prat, ha sabido capturar la atención del público con su relato pausado, pero lleno de enigmas y capas narrativas. No es solo una historia sobre la búsqueda de identidad, sino un ejercicio de precisión cinematográfica donde el espacio y la psicología de los personajes se entrelazan en un juego de espejos. Manolo Solo, María de Medeiros y Branka Kativ componen un trío de personajes con pasados rotos que encuentran en una quinta portuguesa el escenario perfecto para desenredar sus traumas. Un guion que funciona casi como un puzle literario, donde cada pieza encaja con una cadencia medida y elegante.
Por otro lado, La terra negra, de Alberto Morais, llega con un equipo valenciano de lujo: Rosana Pastor, Álvaro Báguena, Abdelatif Hwidar y Toni Misó, entre otros. Un drama de peso, sin concesiones, donde Morais demuestra que sigue siendo uno de los autores más comprometidos de nuestra cinematografía. En su cine hay una constante: el pasado nunca se queda enterrado, siempre resurge para recordarnos que la historia no es un relato cerrado, sino una herida abierta.
Pero no todo son relatos introspectivos en Málaga. Si alguien ha venido a romper moldes es Javier Polo con Pequeños calvarios. Tras sorprender con El misterio del Pink Flamingo, el director valenciano salta con fuerza a la ficción con una comedia irreverente, colorida y absolutamente delirante. Un conjunto de historias absurdas sobre obsesiones llevadas al extremo, con un humor que se mueve entre lo grotesco y lo entrañable. Es cine con descaro, una propuesta que bebe de referentes pop y que, en pantalla, se traduce en un estallido de energía visual.
Más allá de los largometrajes, el talento valenciano también se ha hecho fuerte en el cortometraje. En la Sección Oficial encontramos obras como Sucre, de Claudia Cedó, Insalvable, de Javier Marco, o Cólera, de José Luis Lázaro. Historias con estilos y miradas muy distintas, pero con un denominador común: una puesta en escena cuidada y un afán por explorar el potencial narrativo del formato corto.
La animación, un terreno donde la Comunidad Valenciana lleva tiempo demostrando que está a la vanguardia, también ha encontrado su hueco en la sección Animazine. La valla, de Sam Ortí, Carmela, de Vicente Mallols, y Buffet Paraíso, de Héctor Zafra y Santi Amézqueta, representan la diversidad de estilos y temáticas que atraviesan el cine animado contemporáneo.
Apoyo institucional
El pasado miércoles, el Instituto Valenciano de Cultura organizó un encuentro con los profesionales valencianos presentes en el festival. Más allá de las proyecciones y las competiciones, Málaga también es un lugar de negocios, de acuerdos y de futuro. El director del IVC, Álvaro López Jamar agradeció la presencia de creadores y productores y la contribución del IVC a la producción de esas obras. El MAFIZ (Málaga Film Industry Zone) se ha convertido en una plataforma esencial para impulsar la coproducción y la internacionalización del cine valenciano.
Si algo ha quedado claro en esta edición del Festival de Málaga es que el cine valenciano ya no es un invitado ocasional. Está aquí para quedarse, para marcar tendencias y para recordarnos que hay talento, creatividad y sobre todo, una firme voluntad de seguir contando historias.
Galardones
El cine valenciano no va a volver de vacío un año más. En Cortometrajes, la Biznaga de Plata a la Mejor Dirección ha sido compartida entre Daniel Sánchez Arévalo por ‘Pipiolos’ y José Luis Lázaro por ‘Cólera, esta última de la productora valenciana Wicker Films.