Tras un sinfín de retrasos esperando una época de estreno más próspera, por fin llega a la cartelera una de las comedias españolas con las que más nos han bombardeado y de la que, francamente, ya no sabíamos qué esperar. Dada su estrafalaria presentación y temática, lo que seguro que nadie se hubiese creído es que fuera tan deliberadamente insulsa. El filme nos presenta a un pianista fracasado que, tras ser enchufado en la Policía Nacional, se ve obligado a infiltrarse como teclista en un peculiar grupo de música que tiene planeado tocar en la boda de la hija de un peligroso narcotraficante de la zona.

Carlos Therón, que ya adaptó al mercado español de forma fallida la tampoco demasiado brillante Smetto quando voglio (2014), vuelve a intentar versionar un film italiano de éxito con Operación Camarón. Al igual que ha sucedido en la mayoría de comedias en las que se ha puesto al frente, la cinta que nos ocupa cuenta con un defecto imperdonable en una producción de su género: no tiene ni la más mínima gracia. Lo extraño del caso es que a su disposición encuentra una idea interesante y un reparto de sobrado talento, pero su guion no sabe diseñar gags y chistes que nos hagan esbozar más que una pequeña sonrisa cada media hora. Pretende ser salvaje y alocada, pero su insipidez es más que alarmante en un producto que debería ofrecer entretenimiento palomitero veraniego. Lo que queda es una comedieta del tres al cuarto demasiado ligera, incluso si nuestra intención es únicamente refugiarnos en una sala con ráfagas de aire acondicionado. Tremendamente decepcionante.