ANA NOGUERA: Estoy aprendiendo a que el calendario de mis días ya no tenga ni lunes ni domingos. El tiempo transcurre de forma diferente, como si fuera circular, a imitación de la cosmología. Nietzsche diría que hemos vencido el pasado, el presente y el futuro que nos hace lineales, y que nos movemos en un eterno círculo. Así me parece este confinamiento: un eterno círculo que ya no recuerdo cuándo empezó.Resulta irónico, porque circular es también el año que vivimos: 2020. Tan repetitivo en su combinación que parece “un tiempo cero”, inexistente o congelado. Pero no es cierto, porque nuestro tiempo pasa y no vuelve. Estoy aprendiendo a medir mi productividad de forma diferente; forzosamente, aminoro ese sentimiento cultural de culpa, cuando quiero disfrutar del tiempo libre, sin más pecado que el hecho de que sea “libre” y “mío”. Sin embargo, es difícil medir “el tiempo libre” cuando hay confinamiento. Los niños y niñas ejercitan su infancia de otra manera: sin jugar con sus amigos, manteniendo la distancia, con una mascarilla, sin masticar chicles juntos, ni chuparse los dedos, ni compartir caramelos. A mí eso me parece la mitad de la infancia.Los economistas hablan de teorías de recuperación, pensando en el mismo esquema de hace dos meses. Pero hay factores diferentes. “El sálvese quien pueda”, mensaje del liberalismo económico, no será útil en esta ocasión, porque el mercado va a estar controlado por dos vías: por los Estados y por el propio virus.La vuelta no será global. No habrá un día y una hora en la que todo el mundo salga. Se producirá de forma pausada, en unas localidades antes que otras, y unos negocios antes que otros. Esto requiere “organización social”, que tanto admiraba Max Weber. La solución a esta crisis no vendrá de la competitividad, del individualismo, de la maximización de beneficios. Paradójico a nuestro confinamiento, la interdependencia es una seña de identidad de esta época. Por tanto, la cooperación internacional, la búsqueda colectiva de soluciones, el trabajo en común y en equipos, es decir, la inteligencia compartida será una nueva forma de hacer política y sociedad.Nunca he encontrado tanto sentido a la reflexión de Carmen Martín Gaite: “El hombre es una multitud solitaria de gente, que busca la presencia física de los demás para imaginarse que todos estamos juntos”. Ahora estamos aprendiendo a estar juntos desde la distancia, a través de pantallas, saludando desde la otra acera de la calle; a valorar el encuentro que no puede ser físico. Y yo, que amo esa soledad intensa que permite la reflexión y el silencio, me aterra salir a la calle sin compañía y con mascarilla.Como no quedará otro remedio, pongamos en práctica los versos del romanticismo: “El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada” (Gustavo Adolfo Bécquer)