SILVIA HUESO: La obra del aclamadísimo Florian Zeller, protagonizada ahora por Aitana Sánchez-Gijón, nos presenta a una heroína de lo cotidiano que cae en un abismo psicológico a causa del síndrome del nido vacío, el abuso de fármacos psicotrópicos y de los roles de género tradicionales que destinaban fundamentalmente a una madre al cuidado de los hijos, el marido y el hogar.
Sánchez-Gijón da vida a Ana, esta mujer vaciada de la que creía ser su función principal en la vida, obsesionada con su hijo mayor, cansada de aguantar las infidelidades de su marido, aburrida de su propia soledad y víctima del espejismo de “vida perfecta” al que se abocó en su temprano matrimonio con apenas 22 años.
La puesta en escena es impecable y muestra el buen hacer del director Juan Carlos Fischer; la actriz principal viene acompañada de un elenco que no desmerece en absoluto sus dotes interpretativas, como son Juan Carlos Vellido en el rol de un marido cobarde y egoísta, Álex Villazán como el hijo sobreprotegido que se debate entre las lágrimas y la rabia, y Júlia Roch que da vida, principalmente, a la novia del chico, una novia que pasa de la dulzura a la crueldad.
Uno de los puntos más interesantes de la obra es el modo de mostrar el retorcimiento psicológico de la madre: el desprecio por su hija en contraste con la adoración a su primogénito, un desprecio que roza lo grotesco al realizar comentarios humillantes de gran toxicidad que no sabemos si achacar a los celos o al brote que está sufriendo y la hace distorsionar la realidad. Esa distorsión se presenta desde el punto de vista dramatúrgico a través de escenas que se repiten con variaciones, en las cuales los comentarios sardónicos de la madre dejan entrever el vacío en que se encuentra. Lo que al principio de la pieza favorece un extrañamiento controlado, desbarra totalmente a medida que la mente de la protagonista se nubla, acortando escenas y mezclando elementos reales e imaginados, hasta presenciar momentos en los que la relación madre-hijo se revela enfermiza, incluso con tintes obscenos, como una nueva Agripina.