NEL DIAGO: Se cumplen 150 años del nacimiento de Vicente Blasco Ibáñez, posiblemente el valenciano de mayor renombre universal. Así que tocaba celebrarlo. O no, quién sabe. Al menos desde el teatro, género al que el autor no fue muy asiduo (lo suyo, lo sabemos todos de sobras, fue la narrativa). Pero parece que los responsables de nuestras instituciones públicas pensaron que en modo alguno el género dramático podía quedarse fuera de la celebración. Así que, como diría Lenin, “¿Qué hacer?”. Un montaje teatral, desde luego, ¿pero qué? ¿Una escenificación parcial o total de su intensa y variopinta biografía? ¿Hablamos de su republicanismo militante, de su anticlericalismo indesmayable? No son tiempos para eso, con Francisco en El Vaticano y Felipe VI en el trono de España. Podríamos, quizá, adaptar alguna novela. No es mala idea, y, además, en versión valenciana, que últimamente se ha puesto muy de actualidad eso de verter sus textos a la lengua autóctona. Oye, y narraciones de ambiente valenciano las hay a montones: los cuentos, Entre naranjos, Cañas y barro, o La barraca que además trata de un tema muy actual como el de los desahucios. Pero bueno, puesto que estamos en Europa y en tiempos pre o post bélicos, vayamos directamente a la obra que cimentó su fama mundial: Los cuatro jinetes del Apocalipsis, ese relato ambientado en París y con una familia argentina como protagonista. Más que nada por reclamar la valencianía del relato, porque últimamente Hollywood, olvidando a Rodolfo Valentino (1921) y a Glenn Ford (1962), está usando ese título para contar cualquier cosa. Decidida, pues, la conveniencia y la oportunidad de adaptar este texto, nuestros responsables institucionales le encomendaron la tarea a Juli Disla, un magnífico actor y escritor, que hizo lo imposible por intentar dotar de intensidad dramática a un texto carente por completo de ella. Y para dirigir la cosa elijamos a Inma Sancho, excelente actriz con no mucha experiencia en la dirección escénica, pero no importa porque la vamos a rodear de brillantísimos profesionales, como Víctor Antón, que cuidará la iluminación, como Carlos Montesinos, que con su sabiduría arquitectónica sabrá convertir en cuadrados los dos catetos de un triángulo (el escenario del Rialto); y al sabio Pascual Peris, para que vista de elegantes a los actores, salvo cuando haya que ponerles ropas militares, que ahí ya como que no; y la impagable
Cristina Fernández, para que les ilustre a los intérpretes de cómo se baila un tango apache con mucho glamour. Y eso por no hablar del reparto, de lujo, de categoría, de solvencia contrastada. Intérpretes de la talla de Carles Sanjaime, de Enric Juezas, de Bruno Tamarit, de Empar Canet, de María Maroto, de Vanessa Cano, de Guille Zavala, de Borja López Collado… Actores y actrices a los que hemos aplaudido y elogiado en múltiples ocasiones; y aquí también, porque ellos están estupendos, porque se esfuerzan, porque consiguen algunos momentos brillantes. Pero nada de todo esto sirve para salvar un espectáculo equivocado desde su mismo punto de partida. Nada pues, a ver si para el segundo centenario hay más fortuna. ¡Salud y República, Don Vicente! Conmemoración.