ANNA ENGUIX: A lo largo de mi vida, mi padre nunca me ha prohibido demasiadas cosas. Nunca ha sido su estilo. Me hice mi primer tatuaje a los quince años -reconozco que ahora es un manchurrón de tinta negra que aborrezco bastante-, y llevé piercings desde muy joven provocando que mis orejas se convirtiesen en auténticos coladores. Sin embargo, siempre hubo un mantra que resultaba inquebrantable: “nunca irás de paquete en una moto”. Obviamente, entre muchos otros ejemplos de desafío a la autoridad, me subí con unos doce años de paquete en una bmx. Recuerdo agarrarme a unos hombros con granos enquistados de lo que era por aquel entonces mi primer amor (llamémosle X) y dar vueltas por la plaza de Patraix deseando que ningún conocido de mis padres nos viese ya que el desenlace hubiese sido trágico. No os penséis, el subirse a los dos palos traseros llevaba su práctica. Después, cuando una pillaba más confianza, pasaba a subirse al manillar; el truco estaba en apoyar la cabeza en el cuello de aquel que llevaba la bicicleta ¡puaj! Personalmente, y por muy romántico que resultase este gran hito en la vida de cualquier adolescente, en lo único que podía pensar era en la cantidad de baches que nos tocaría superar, ya que esto provocaría que el manillar se clavase aún más en las piernas. Recuerdo hacer una vez una ruta tan larga que al día siguiente me salieron dos moretones alargados que hubiesen encajado perfectamente con los dos agarres del manillar, sin embargo, he de admitir que cuando me miré en el espejo sentí cierto orgullo y pensé: “aguantaste campeona”.
Pero vaya, ya no veo bmx por mi barrio al igual que tampoco veo motillos tuneadas, pero lo que sí que veo… son patinetes eléctricos, a montones. Se ve que es el medio de transporte predilecto de casi cualquier adolescente. Entiendo que esto es en parte consecuencia del poder adquisitivo de estos: un patinete recargable resulta más económico que una moto a diesel por barata que sea esta. Sin embargo, no puedo evitar pensar lo poco eróticos que son (obviando que el erotismo es un constructo social). Y ya, ni mencionemos los patinetes de alquiler que se utilizan en otras ciudades como Madrid, de un verde chillón que espantaría a cualquier enamorado con cierto rigor estético. Y qué decir de sus materiales… un plástico negruzco, endeble, que no aguantaría más de una década, ¿empezaremos ahora a heredar los patinetes eléctricos de nuestros padres? Espero que no.
En definitiva, ¿Cómo si quiera podemos pensar en hacer la revolución cuando se supone que nuestras ideas deben germinarse al himno de un motor eléctrico que no sería capaz ni de subir medio bordillo? ¿Habría Raimon compuesto Al vent de haber ido de paquete de un patinete eléctrico en vez de en la vespino de su mejor amigo?¿Habría Lana del Rey escrito los versos de Ride de no haber ido agarrada a la cintura de su amante en una Harley Davidson? La respuesta es que no, nadie habría escuchado a los pájaros en la brisa de verano, nadie habría conducido rápido (por la velocidad máxima de los patinetes eléctricos, de 25km/h) y para qué engañarnos, nadie habría tenido el cor al vent.
Creo personalmente que la única alternativa a la moto es una bicicleta, esta al menos sigue albergando cierto misticismo y muchas de ellas pueden incluso tunearse (tampoco nos pasemos, por favor). Sin embargo, el patinete es un virus; seguramente acabará con el amor y con el poco decoro que le quedan a algunas calles de Valencia (por no mencionar lo peligrosos que resultan cuando circulan por las aceras). Como lo único que nos queda en un mundo tan pos pos todo, es la solemnidad, voto por un golpe de Estado contra el patinete eléctrico: no nos gusta su forma, tampoco su melodía, ni aquello que nos sugiere. He decidido empezar esta sección, una vez más, hablando de temas que me preocupan enormemente, porque seamos sinceros, el verano es sin duda la temporada más hortera de todo el año, y estos patinetes no hacen más que empeorarlo todo aún más.