Se cierne el otoño sobre nosotros como un meridiano de catástrofes. El fuego infernal de la Palma quema nuestros corazones con una desazón desconocida y ofrece una mirada de estupor. No solo es la catástrofe natural, es que ese fuego maldito tiende a recordar el volcán emocional que anida en nosotros y que trata de provocar su propia erupción. Y lo peor es que uno no sabe por dónde va a salir. Todo lo que necesitas es amor, como aquella canción de juventud, pero no es más que un espejismo. Hay poco amor en este mundo injusto en el que se mueren los pobres antes que los ricos. Y en el que la acción política, que debe ser transformadora, muda en una rutina alimenticia para tantos como se dedican a ella sin mucho entusiasmo. La profusión de asesores que contratan los diputados y concejales ya da una idea del espíritu vocacional perdido para siempre entre las bambalinas de la Transición. Pero, ¡eah!, estoy cayendo en la misma jerga cansina que deseo evitar; no me gusta escribir de política sino de la vida, así que cambio el tercio y voy a contaros cosas lindas.
Y si hay algo hermoso y reconfortante en la ciudad son ciertos lugares que combinan cultura y libros con los tragos habituales para matar la tristeza. Libros y vino. Así que el primer día del otoño, con el viento de levante soplando desde el mar como un demonio, me bajo a la librería- bar Batisfera, espacio doble de carácter único que se encuentra en el corazón del Cabanyal. Periférica pero esencial para matar el tedio. Si un bareto es un lugar óptimo para ligar y ejercer el divino arte de la charla, no digamos una librería cuyos dueños son jóvenes emprendedores llegados del otro lado del océano para enseñarnos lo que es bueno. La librería Batisfera la regenta un dúo muy especial, un argentino del extrarradio de Buenos aires y un neoyorquino de Manhattan. En los últimos tiempos su oferta cultural es enorme, pues combina libros de segunda mano, siempre de calidad y en varios idiomas, con novedades de lo que podríamos llamar la nueva literatura indie, para jóvenes inquietos, rompedores y asqueados con los viejos modelos de la cultura académica. Nada como un buen librero parlanchín y que se conoce el oficio para disfrutar de una librería. Lejos del veterano desencantado y taciturno que te sueles encontrar en algunos sitios. Estos jóvenes son tipos que se han bragado en sus cosmopolitas megalópolis vendiendo libros por las calles, en las esquinas y en tugurios beat.
Hay otro francotirador italiano, Gabrielle, en su minúscula librería, Doctor Sax, Beat and books, de la calle Quart, en el corazón medieval. Sabe un mazo de literatura underground. Podríamos hablar de librerías grunge, templos de la contracultura libresca en donde uno puede encontrar la historia que lo sacará del aburrimiento de los días solitarios. Si a eso le añadimos la posibilidad de una buena copa de vino blanco muy frio, mientras se escrutan las interminables estanterías, donde descansan, voces que esperan, desde las historias de John Fante hasta los diarios de Witold Gombrowicz, pues ya tenemos un trocito de paraíso entre manos. Hojeas uno de esos libros, miras por el rabillo del ojo y ves entrar a una lectora de nacionalidad noruega; una aparición salida de una ópera wagneriana. Entonces, con el libro en una mano y la copa de vino en la otra, te pones a pegar la hebra con ella hablando de literatura escrita por mujeres. La literatura y hasta la música de Dylan que suena bajito en la Batisfera, son el caldo de cultivo para el inicio de una estupenda amistad. Y con un poco de imaginación, provocada por la creciente embriaguez del espiritoso, puede aparecer por la puerta el mismísimo Bogart acompañado de Woody y su clarinete. ¿Qué hay concierto? Preguntas anonadado, Santiago, el librero, sonríe mordaz. La librería indie de la calle Reyna, me salva de la anomia. Y mira por donde, el viejo y destartalado lobo solitario que soy comienza a ver el mundo de nuevo en colores.