La historia de Guillem Agulló, el joven asesinado en 1993 por una banda de neonazis en Montanejos, se presupone difícil de llevar al cine por la carga ideológica y el examen social a la que estaría expuesta. Esta película interpreta una historia silenciada durante años, que demuestra lo fácil que es manejar a la opinión publica, silenciar los hechos y pasar página de un complejo asunto a nivel nacional que todavía, a día de hoy, no está solucionado, o quizá esté peor. No hay más que echar un vistazo a las filas del Congreso.
La de Agulló es una historia que nos afecta especialmente por su cercanía, ya que la familia es de Burjassot, y el director catalán Carlos Marqués-Marcet ha sabido plasmar en la gran pantalla con absoluto respeto, delicadeza y ojo crítico, ante el reto que se le planteaba. Con guion de Roger Danès y Alfred Pérez Fragas, Marqués-Marcet huye de sensacionalismos baratos, que para eso ya estaban los medios de comunicación de la época, como bien muestra en algunas de las escenas de la cinta, que se acerca por momentos al género documental. Las imágenes de archivo y los testimonios reales de los padres nos sitúan en un conflicto que hoy en día parece más vivo que nunca, y que, aún a riesgo de sacar al espectador de la película de ficción que en realidad está viendo, supone una decisión correcta que nos permite conocer el tenso contexto social que se respiraba en la España de los 90, esta que ahora parece volver a nosotros para avisarnos de que no hemos cambiado tanto como pensábamos.
La mort de Guillem se mueve inteligentemente en lo privado, y se centra en el duelo de una familia, concretamente unos padres, que sufrieron más que nadie este suceso terrible que se vendió a la ciudadanía como una pelea entre bandas con trágico final. La película muestra las dos caras del duelo: una madre que intenta sobrevivir a la muerte de un hijo, que se enfrenta a su nueva vida con dignidad y consciente de lo que supone la desaparición del joven Guillem. El padre, por su parte, reclama justicia ante un hecho que revolucionó un pueblo y todo un país, y centra sus esfuerzos en la ira contenida hacía una parte de la sociedad que es culpable por omisión. El director huye del panfleto, aunque su posición la deja bien clara y no la oculta. Los hechos son los que son, pero la manera de contarlos puede modificar las sensaciones del espectador, que en este caso abandona la sala de cine con dolor, indignación y mucha rabia. Esta es una de esas películas que valen la pena ver, y resulta histórico que se estrene en televisión el mismo día tanto en À punt como en Tv3 -cuenta con el apoyo de ambas cadenas de televisión, ya que es producción valenciana y catalana-.
Dura, sincera y delicada, La mort de Guillem supone además la revelación de la actriz valenciana Gloria March, espléndida en el difícil personaje de la madre, que sin embargo no ensombrece el trabajo de su compañero Pablo Molinero. La familia Agulló se muestra implicada en este proyecto tan íntimo, y su presencia en la película con total integridad y entereza, nos enseña que siempre hay que apostar por la vida y por los que creen en un mundo más justo y libre.