Cartelera Turia

PANTALLA EN BLANCO: EL CASO EMILIA PÉREZ

GERARDO LEÓN: Se las pintaban felices. Premio a la mejor película, mejor dirección, actriz, guion y montaje en la Academia del Cine Europeo, premios del jurado y mejor actriz en Cannes, mejor película en la categoría de comedia o musical, mejor actriz de reparto, canción original, película de habla no inglesa en los últimos Globos de Oro y firme candidata a los Oscar. A estos laureles había que añadir la respuesta de una crítica (sobre todo, europea) que había alagado sus virtudes de manera casi unánime. Hablamos de ‘Emilia Pérez’, último trabajo del director francés Jacques Audiard (‘Un profeta’).

Pero entonces, las redes sociales difundieron los primeros clips de la película al otro lado del Atlántico y saltó la polémica. Dos son las críticas fundamentales que han destilado los comentarios en torno a la cinta de Audiard. El primero se centraría en denunciar el excesivo maniqueísmo con el que, de nuevo, el cine occidental describe la realidad de Méjico, país en el que está ambientada la película. Para los críticos, el cine occidental vuelve a reducir el contexto social mejicano al prototipo del narcotraficante, como si no hubiera otros argumentos. A esta crítica en lo social habría que sumar otra de tipo cultural que le ha caído al pobre Audiard por los atentados cometidos en la cinta contra el idioma español y, sobre todo, contra el acento mejicano, representado pobremente por un reparto de actores de otras procedencias que no sabían lo que hacían. Especialmente sangrante parece que está siendo la interpretación de la actriz estadounidense Selena Gómez en su papel de esposa del mencionado narco.

El otro reproche ha venido, sorpresivamente, del activismo LGTBI, que ha visto en la película de Audiard una perpetuación de estereotipos contra la comunidad trans. Conviene, para entender el embrollo, relatar brevemente el argumento. El líder de una banda de narcos llamado Manitas del Monte contrata a una abogada para que le ayude a realizar el sueño de su vida: hacer la transición a mujer. Para ello, no solo tendrá que procurarle los medios materiales necesarios, también tendrá que conseguir que desaparezca su misma identidad. El problema llega cuando Manitas, convertido en Emilia, desea recuperar parte de su vida anterior. Y aquí viene el conflicto: para Audiard, la mera transición parece razón suficiente para disculpar, en razón de un extravagante giro de guion, los crímenes cometidos por Manita antes del cambio. Y claro, esto no ha gustado mucho.

Tras las críticas contra la película, se vislumbran dos claros perdedores. El primero es el propio director. Y es que, con ‘Emilia Pérez’, Audiard cae de pleno en la trampa que él mismo había preparado. No es difícil imaginar al director francés viéndose como el nuevo profeta frente a las hordas reaccionarias que, a buen seguro, iban a revolverse contra su trabajo. Sin embargo, las críticas le han llegado, curiosamente, de sus potenciales aliados. Disculpar los crímenes de un delincuente a través de un proceso de transición no se le habría ocurrido ni al más descacharrante seguidor de Donald Trump. Tampoco es difícil vislumbrar que, en su cabeza, la idea funcionaba: convertirse en mujer parecía la solución apropiada para redimir a su protagonista de su “herencia patriarcal”. Pues no.

El otro gremio que se ha puesto en evidencia es el de la crítica (especialmente la española), que ha hecho un pan como unas tortas con esta película. Una crítica (y habría que incluir también al jurado de festivales y academias profesionales), que en los últimos años se han embebido tanto de ciertas tendencias ideológicas que han terminado por perder los referentes sobre los que sostener los criterios con los que valorar aquello que están llamados a enjuiciar: la obra cinematográfica. Y la película de Audiard está tan mal estructurada, su premisa y desarrollo argumental son tan incoherentes, el diseño de personajes tan errático y caprichoso, su puesta en escena tan estrafalaria que no hay por donde cogerla. En los últimos años, el valor de la crítica cinematográfica ha perdido enteros. Sin ser la única razón, sin duda una muy importante ha sido la de querer dar al espectador gato por liebre. Pues tampoco. Recuperar la confianza del público pasa por afinar (mucho) los criterios.

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