Cartelera Turia

PLAZA REDONDA: POLLAS POLITÉCNICAS

JUAN SINCOCHES: Hay imágenes que resumen a la perfección el estado de una institución. Y la del rector de la Universitat Politècnica de València, José Capilla, posando sonriente con Carlos Mazón —president de la Generalitat— mientras en el mismo campus centenares de estudiantes y trabajadores protestaban en la calle exigiendo su dimisión por la gestión de la DANA, pasará a los anales de la infamia universitaria. No por su contenido técnico, sino por todo lo que simboliza: una universidad pública que ha decidido colocarse del lado del poder en lugar de al lado de su comunidad.

Mientras en el exterior se escuchaban gritos de rabia, carteles con nombres de víctimas, y una movilización transversal cargada de dolor y exigencia democrática, dentro del edificio se celebraba con total normalidad la renovación del cargo del rector. Pero lo peor no fue que el acto siguiera adelante como si nada ocurriera. Lo más grave fue ver cómo el equipo rectoral, con una ligereza vergonzosa, decidía sacarse selfies con el principal responsable político de la tragedia. ¿Qué necesidad había de ese gesto? ¿Qué mensaje se lanza al estudiantado, al personal docente e investigador, a los trabajadores del campus?

La universidad no es una agencia de relaciones públicas. Tampoco es un plató de televisión para que un político en crisis lave su imagen mientras aún hay personas limpiando barro de sus casas, y otras enterrando a sus familiares. Y, sin embargo, la UPV fue utilizada como escaparate para blanquear a Mazón, justo cuando la calle clamaba justicia y rendición de cuentas. Un uso institucional que no puede ni debe normalizarse.

Pero el problema no es solo estético o simbólico. Es estructural. El actual rectorado está formado, en su mayoría, por un grupo cerrado y homogéneo, que refleja un academicismo caduco más propio del siglo pasado que del actual. Basta con mirar la composición del equipo: una falta absoluta de paridad, una alarmante escasez de voces femeninas y jóvenes, y un aire a “club de señoros” que recuerda más a un consejo de administración de empresa franquista que a la cúpula de una universidad pública. ¿Dónde están las mujeres, las investigadoras, las estudiantes, los perfiles críticos, diversos, progresistas? ¿Dónde está la pluralidad?

Hay quien piensa que exageramos. Que son solo formas. Pero las formas en política y en gestión pública importan. Porque revelan el fondo. Y el fondo que se destila de todo esto es que el actual rectorado ha elegido ser una institución dócil, que no incomoda al poder autonómico, y que no se mancha de barro con su comunidad cuando hay que estar. No se les ha visto en concentraciones, ni en manifestaciones, ni en las asambleas donde se ha debatido cómo responder desde la universidad a la catástrofe que asoló Valencia. Y eso, por mucho que intenten ocultarlo con notas de prensa y discursos huecos, se nota.

No hay nada más triste que una universidad que se olvida de su papel como espacio crítico, como bastión del pensamiento libre y del compromiso social. Porque si la UPV no sirve para eso, ¿para qué sirve? ¿Para acoger cócteles, repartir medallas y sacarse fotos con gobernantes mientras la sociedad se desangra?

Y lo más inquietante es que muchos de sus propios profesores y trabajadoras se sienten ajenos a esta línea institucional. Se sienten avergonzados. Se sienten dolidos. Porque no es solo que la UPV se haya dejado parasitar por el poder político, como denuncian algunos miembros del claustro. Es que se ha hecho con alegría, con entusiasmo, con sonrisas de oreja a oreja y filtros de Instagram. No se puede representar una universidad pública ignorando lo público. No se puede defender la ciencia y la cultura mientras se le hace la ola al negacionismo climático o se permite el recorte de fondos a la investigación. No se puede posar con quien niega la realidad y luego seguir dando lecciones de ética profesional a los alumnos.

La fotografía con Mazón no es una anécdota. Es una declaración de principios. Es la elección de un bando. Y no es el de la ciencia, ni el de la gente, ni el de la verdad. Es el de quien cree que lo importante en esta vida es quedar bien con el poder de turno, aunque eso suponga traicionar el alma misma de la universidad.

Y eso, rector Capilla, no se olvida.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *