En tiempos de catástrofe, la cultura no es un adorno: es un salvavidas. Este lunes, los cines MN4 de Alfafar, únicos aún cerrados tras la devastadora DANA del pasado octubre, abrieron sus puertas . No fue una reapertura comercial. Fue una ceremonia íntima y simbólica. Una forma de decir: seguimos aquí.
La película elegida para esta especie de liturgia civil fue Tierra de nadie, de Albert Pintó. Un thriller sobre narcos, abandono institucional y amistades al límite que, sin buscarlo, dialoga con la herida abierta de Valencia. En la sala, no había políticos ni selfies de alfombra roja. Solo estaban los que tenían que estar: voluntarios, personal de limpieza, Guardia Civil, Policía Nacional, trabajadores del centro comercial… y muchas de las más de 300 personas que aquella noche del 29 de octubre, atrapadas por la lluvia, durmieron refugiadas en el propio cine.
El propietario de los cines, Antonio Martí, lo explicó con claridad: “Esta premiere no era para hacer ruido, sino para abrazar a quienes han estado codo con codo con nosotros desde el primer día”. Y el gesto, con apoyo de la productora de La Infiltrada, María Luisa Gutiérrez, el equipo de la película y Sony, se materializó como un acto de justicia poética. Una fila cero solidaria permitirá ahora llevar matinales gratuitas a niños de las zonas afectadas. Porque, como dijo Tamara Casellas, una de las protagonistas del filme: “La cultura también cura. Aunque solo sea durante una hora y media”.
Casellas conoce bien la zona: vino como voluntaria desde Madrid en los días posteriores al desastre. “Es una realidad terrible”, comenta con serenidad, “y que esta película se estrene aquí es, al menos, una forma de devolver algo de luz”.
El filme, con guion de Fernando Navarro, y protagonizado por Luis Zahera y Karra Elejalde, transcurre en la cara menos postalera de Cádiz, donde el narcotráfico campa a sus anchas por la falta de medios y el abandono institucional. “Ves lo que pasó aquí en Valencia y es inevitable encontrar paralelismos”, señalaba el productor Álvaro Ariza. “Pueblo ayudando al pueblo mientras las instituciones se peleaban entre sí”. Una frase que no necesita demasiada traducción.
Durante la proyección, el silencio era denso. No solo por la tensión del relato, sino por lo que flotaba en el ambiente. Una mezcla de agradecimiento, duelo, y esa necesidad tan humana de volver a la rutina, de recuperar lo perdido. “El cine fue refugio físico entonces”, recuerda Martí. “Ahora queremos que lo sea emocional”.
Y mientras la pantalla se llenaba de disparos, huidas y paisajes hostiles, era difícil no pensar en todo lo que ha costado llegar hasta aquí. Los sótanos del cine, anegados de barro hasta finales de enero. Las salas aún cerradas. Las máquinas sin funcionar. Y sin embargo, esa noche, el proyector volvió a encenderse. Por un rato, la oscuridad no vino de la tormenta, sino del suspense. Y la luz, aunque viniera de la pantalla, fue real.
MN4 espera reabrir en junio, aunque todavía no hay fecha cerrada. Pero este gesto ya ha dejado una huella. Porque cuando todo parece derrumbarse, la cultura —el cine, la música, las historias— sigue siendo ese lugar donde refugiarnos sin tener que pedir permiso.
Y Valencia, que tanto ha perdido, también se merece eso. Una pantalla donde volver a empezar.


