JAVIER BERGANZA: Si les soy sincero le tenía poca fe a esta película. Un poco como cuando ves el metro y la luz de las puertas ya tintinea, que piensas: “¿Corro? ¿Para qué? Si no voy a llegar. Bueno, va, quizá sí llego.” Y arrancas a correr pero de una forma un poco ridícula, como si no te lo tomaras muy en serio. Porque si corres en serio y lo pierdes es aún peor. Mientras se cierran las puertas en tu cara, ves a un señor dentro del vagón que te mira y te sonríe, y piensas: “¿El viejo ese se está riendo de mi?” Pues esto ha sido un poco igual, he visto la luz de las puertas encenderse y apagarse, he escuchado ese pitido y he empezado a trotar como si llevase pantalones un par de tallas más grandes, pero el conductor, muy amable por su parte, ha decidido esperarme. Y me he subido y las puertas se han cerrado conmigo ya dentro y un señor me ha sonreído, muy amable también. Y joder, vaya viaje más chulo.
Aitor Echeverría nos trae un nuevo largometraje. Otro que habla de cuidados, un tema que ya trató en sus dos anteriores trabajos (La voluntaria, 2022 y María y los demás, 2016) y que ahora vuelve a enfocar, aunque desde un punto de vista algo diferente. Desmontando un elefante cuenta la historia de Blanca (Natalia de Molina) y Marga (Emma Suárez). A la madre, Marga, digamos que le gusta tomarse algún que otro Martini entre horas. Más el vinito con la comida, claro. Y la copita de whisky para el rato de la sobremesa. Y bueno, ya que estamos, pues un gin tonic. Vamos, que le gusta más el alcohol que a Miguel Ángel Rodríguez, que ya es decir.
Ella, arquitecta reconocida y burguesa catalana (que prácticamente es otro trabajo también), sale de una clínica de rehabilitación para encontrarse con la realidad. La vuelta a una vida cotidiana rodeada de control y pastillas. Con un matriomonio roto que juega a aparentar felicidad, pero que en el fondo no se soporta ni un segundo más. Y con una hija, Blanca, que se obsesiona con el control sobre su madre. La película hace un sutil (pero precioso) cambio de conductora, lo que parece la historia de Marga y su adicción al alcohol, pasa a ser la historia de Blanca y su relación tóxica con su madre. El control argumentado por la preocupación y la repetición de patrones. Blanca empieza a mentir también, y a convertir la recuperación de su madre en el centro de su vida, mientras su familia se descompone poco a poco.
Emma Suárez y Natalia de Molina bordan el papel. Natalia se luce en un monólogo final que se queda guardado en la retina. De verdad, la película merece la pena por muchos motivos pero, sobre todo, por esa secuencia final de Blanca. Aitor no se la juega demasiado con la dirección, apoya sus cartas en un buen guion y en un gran reparto. Si tiene ciertos detalles en cuanto al encuadre, sabiendo ahogar a sus personajes en el espacio. Pero sabe que cómo más luce la película es tratando de desaparecer.
Un interesante relato sobre el alcoholismo y las adicciones, sobre las herencias y sobre cómo todo afecta a las relaciones internas de una familia. Una buena oportunidad para verla en pantalla grande y disfrutar después de una buena conversación tomando una cerveza, sin alcohol.