ARTURO BLAY: Me gusta la astronomía, reconocer constelaciones, memorizar nombres de estrellas y localizarlas, aunque las olvido más rápido que la lista de los reyes godos, si es que alguna vez llegué a estudiarlos, que ya empiezo a pensar que es un bulo. Sí, me gusta mirar al cielo nocturno, y ahora que la Via Láctea muestra todo su esplendor (busquen cielos oscuros, lejos de los excesos lumínicos de pueblos y ciudades), es buen momento para mirar hacia arriba. Mejor abrumarse con las maravillas celestes que abatirse con las miserias terrestres. Unos simples prismáticos (con trípode, eso sí) o un modesto telescopio ya son suficientes para iniciarse y, lo más importante, apabullar a los amigos. Porque, al final, de eso se trata. Una buena terraza, ático o un jardín despejado donde colocar los aparatos, y, por supuesto una buena cena. Previamente, tendremos que haber adquirido unas nociones mínimas: por ejemplo, aprender a distinguir la Osa Mayor, y localizar Mizar. La constelación tiene forma de cazo, es la segunda estrella contando desde el final del mango. Resulta que los que tienen muy buena vista distinguen que Mizar tiene una compañera llamada Alcor. Ya los árabes, para decidir si un guerrero era apto para alistarse al cuerpo de jinetes arqueros, les exigían distinguir ambas estrellas a simple vista, no fueran a disparar su flecha al caballo del enemigo, eso les parecía poco honorable. Y sucede que si observamos esas dos estrellas con un humilde telescopio, descubrimos que Mizar tiene otra compañera mucho más cercana. Esta historia disparará nuestra reputación de forma espectacular. Aunque sin duda, los protagonistas de los cielos de verano son Júpiter y Saturno. Ahora se les ve al este, persiguiéndose ambos en su trayecto nocturno. Las lunas de Júpiter ya se distinguen perfectamente con unos prismáticos 15×70. Y con un pequeño telescopio, los anillos de Saturno son visibles. Para los que nunca los han visto, la experiencia es inolvidable, y nos va a garantizar un éxito social sin precedentes. Y si queremos ir a por nota, apuntad vuestros prismáticos al asombroso cúmulo de las Pléyades, distinguible a simple vista como siete estrellas en forma de joyero, las siete hermanas. Según leyendas de los sioux, siete niñas fueron a jugar y acabaron siendo perseguidas por osos gigantes. Treparon a una gran roca y rezaron al Gran Espíritu para que las salvara. El bondadoso ser elevó la roca, hasta que las niñas alcanzaron el cielo convirtiéndose en las Pléyades. En la roca, aún se observan las estrías causadas por las garras de los osos intentando alcanzar a las niñas. Esa roca es la Torre del Diablo, a la que Spielberg homenajeó en su film “Encuentros en la Tercera Fase”. Todo esto es mejor hacerlo antes de cenar, porque con el vino y los gintonics, se ven dos Saturnos, tres Júpiter, galaxias y OVNIS por todos lados, y el telescopio volcado al suelo mientras la exitosa velada concluye bailando la conga.