LAURA PÉREZ: Hace más de una década que encontré el mejor maridaje para dos de mis pasiones: el cine y viajar -no necesariamente en ese orden-. Aprendí que ir a festivales de cine no sólo me permitía disfrutar de (casi siempre) buenas películas y conocer nuevos cineastas, sino que además me descubría nuevos países y ciudades de una manera que me encaja a la perfección, huyendo siempre del clásico turismo de masas que veo cada vez más por el centro de mi ciudad. Si el año pasado recorrí media Europa en coche para llegar a Locarno, ese festival que se viste de animal print entre montañas y lagos, este verano de 2024 le tocaba el turno al Atlántida Film Fest, un evento para mí desconocido entre el mar Mediterráneo y la Serra de Tramuntana. Un pequeño gran festival que con sus 14 ediciones ya marida a la perfección varias disciplinas culturales, y quiere demostrar que Mallorca es mucho más que playas paradisíacas y enormes ensaimadas.
Con Jaume Ripoll a la cabeza, bajo el paraguas de la marca Filmin, el AMFF se posiciona como el evento hipster del verano balear. Este es un festival diferente sin lugar a dudas, de ritmo pausado y carácter ecléctico, que deja espacio para el ocio estival, da a conocer la ciudad de una forma manejable y reúne en una isla a figuras consagradas con nuevos nombres del panorama audiovisual internacional. El Atlántida puede presumir de tener personalidad, y siendo aun discreto, se abre a los amantes del cine y la música -hay conciertos al aire libre a diario- que llaman no solo al visitante sino también al público local, especialmente al más joven a juzgar por el ambiente mayoritario de las actividades.
En los días que estuve me la jugué con la parrilla y aposté por las sesiones que invitaban a conocer los espacios culturales de Palma a la par que nuevos autores; espacios alternativos -plazas, museos, patios- para filmes sin duda alternativos. Las palabras cine-en-los-márgenes destacaron en más de un coloquio posterior a las proyecciones y esta etiqueta para cierto tipo de películas “baratas” llamó poderosamente mi atención y me motivó a reflexionar sobre ciertos temas. Esto se enlaza con el eterno debate entre el arte por el arte y el arte como industria; ganarte la vida haciendo un cine impostado o hacer el cine que quieres y como quieres pero sin dinero. El mantra de “para hacer cine sólo necesitas una cámara” lo escucho demasiado a menudo en bocas de cineastas consagrados como puede serlo J.A Bayona, Premio Master of Cinema de esta edición. Quizá este no es el caso, pero me pregunto si los directores de cierto nombre en la industria deben su éxito profesional a aquella primera cámara casera que utilizaron a su antojo o más bien a las clases que tomaron en la escuela de cine privada. En aras de alentar a los jóvenes -y no tanto- a lanzarse a rodar sus propias obras, aunque estas sean cortas y tengan poca calidad técnica, pienso si estas palabras de aliento a su vez no devalúan la profesión, pues se da a entender que el cine no vale dinero. ¿Si se puede rodar sin dinero, para qué pagamos a nuestros profesionales, técnicos, actores…? Me pregunto. ¿Escribir un guion cuesta menos de lo que los propios guionistas alardeamos? Esto también se escuchó en algún coloquio entre cervezas y aun sueño con esto por las noches. Opiniones contradictorias e ideas rocambolescas se cruzan en mi mente cuando entro en debates de este tipo; casi siempre participo de manera silenciosa, eso sí, pues prefiero escuchar, reflexionar y luego sacar mis propias conclusiones. El debate está en mi cabeza. Me planteo entonces si todo vale, si el cine de bajo presupuesto tiene más -o menos- mérito que una superproducción; pienso cuánto cuesta realmente escribir un guion, si la falta de presupuesto realmente agudiza la creatividad dormida o si es realmente tan importante que la cámara esté enfocada y el plano bien iluminado. Por ahora solo sé que esto último sí lo es, y lo cierto es que este “melón” está bien abrirlo de vez en cuando para poner los pies en la tierra y valorar lo que vemos en los festivales y estos para qué sirven. Quizá ahora resulta que lo que he grabado hasta la fecha con mi humilde cámara réflex tiene más valor del que yo creo, solo que a veces me da vergüenza mostrarlo al ser consciente de la gran competencia que hay en la industria. Sonido, luz, composición e imagen construyen un relato cinematográfico. Se puede grabar una película con poco, desde luego; una cámara de vídeo y luz natural pueden hacer virguerías, al igual que con un lienzo barato comprado en un bazar, algo de pintura y un pincel puedes dibujar un Sorolla. Pero ¿dónde te van a exponer ese lienzo pintado? ¿El fin de tu obra es verla expuesta en un museo de prestigio o disfrutar del proceso artístico en sí mismo?
Ahora que ya he vuelto de mis días de pelis y playa en Mallorca, ese concepto de cine en los márgenes sigue dando vueltas en mi cabeza. Quizá cegada por el sol del estiu mediterràni, escribo estas líneas con el bikini puesto y mirando a un árbol plagado de chicharras y me planteo apagar el ordenador y coger mi cámara réflex. Pienso que de este viaje vuelvo no solo un poco más de moreno, sino con nuevas ideas, quizá contradicciones, de que otro tipo de festivales es posible, así como otro tipo de cine quizá también es posible. Abracemos los márgenes mientras abrazamos nuestras propias contradicciones.
Fotos: Laura Pérez Gómez.