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LARGO Y CÁLIDO VERANO: DE ÍDOLAS E ÍDOLOS

ANNA ENGUIX: Hace poco más de una semana, se hacía viral la declaración en la radio del periodista español Antonio Naranjo, por calificar a la artista colombiana Karol G de “petarda” aún habiendo llenado el Santiago Bernabéu cuatro fechas consecutivas. Pese a que el periodista se disculpó, estos comentarios no son algo nuevo, ya que se suman a los de los cientos de testigos que también expresaron su incredulidad ante el fanatismo hacia Taylor Swift debido a su histórico concierto también en el Bernabéu el pasado mes. Resulta un tanto gracioso oler el miedo y las gotas de sudor cayendo por la frente de un sinfín de boomers en todas estas críticas, ya que de alguna manera, algunos como Naranjo piensan que todo está perdido, que, -y cito- “la humanidad merece extinguirse si esta petarda llena cuatro veces el Bernabéu y los Rolling Stones no”.

A ojos de muchos, la juventud actual no tiene criterio estético alguno, al fin y al cabo, solo y únicamente, escuchamos a auténticas “petardas”, damos media vuelta si la dj de la fiesta no es genderqueer y/o pincha PC Music, bailamos TikToks en medio de la calle, hacemos unboxings, vemos ASMR, hablamos de salud mental, del tercer género, de los cuidados, de los peligros de la babyvoice… en definitiva, somos literalmente lo peor.

Obviando el machismo tras todas estas declaraciones, sobre todo en lo que concierne al uso de semejantes calificativos tan a la ligera, detengámonos brevemente en lo que el pianista James Rhodes afirmaba sobre Bad Bunny hace un par de años: “ni de coña se va a escuchar dentro de 200 años”, ¿pero quiere Bad Bunny que le escuchen dentro de 200 años? En mi caso, reconozco que ni Karol G, ni Bad Bunny ni Taylor Swift suenan en mis playlists, sin embargo, no siento ningún tipo de aversión por aquellos y aquellas que deciden viajar desde lejos y gastarse cientos de euros en ver a cualquiera de estos artistas; y si me preguntáis por los pañales (sí, las fans que compraron entradas en pista para ver a Taylor Swift utilizaron pañales en el concierto para no perder su sitio), diré que es una solución mucho más higiénica a mearse en el suelo, pero no, no me quita el sueño y no escupo espuma por la boca cuando me entero de estas noticias. De hecho, reconozco que reflexioné acerca de todo este debate cuando me vino a la cabeza el concierto que hizo The Stranglers en la Sala Repvblicca (Mislata) el pasado 3 de marzo de 2023. Para las locas como yo del punk y el new wave canciones como “Golden Brown”, “Always the sun” o “No more heroes” son grandes hitos dentro de este género musical, no

obstante, para mi sorpresa, el día del concierto no hicieron sold out -ni de lejos- y el público resultó ser un cúmulo de ingleses expatriados y unos pocos melancólicos de la Ruta que recordaban a este grupo con cierto cariño, “es que han pasado cuarenta años” me decía mi padre. Ahora bien, ¿habría este grupo llenado un estadio de fútbol en su momento álgido, es decir, en los años 80?, definitivamente no. Ni The Stranglers, Peter Schilling, Talking Heads, the Specials, Martha and the Muffins, o los maravillosos Echo & the Bunnymen llenaban estadios, y nunca importó en absoluto, ya que los seguimos escuchando, y agradecemos cuando una de sus canciones suenan en algún filme independiente de nuestro agrado o cuando el algoritmo de Spotify nos recomienda algunas de sus canciones. Porque objetivamente, el señoro que ahora mismo dice que Karol G es una petarda, sea seguramente el mismo que programaría a Bertín Osborne y subiría corriendo el volumen de la radio del coche si sonase “Born in the U.S.A” de Bruce Springsteen: no, no tuviste buen gusto entonces, y tampoco lo tienes ahora.

Agradecí enormemente las declaraciones del grupo Carolina Durante cuando se les preguntó en una reciente entrevista en qué términos medían el éxito, y estos afirmaban que por ejemplo para ellos tener éxito era haber sido teloneros de Los Punsetes, el grupo preferido del solista del grupo. Con esto no digo que llenar un estadio de fútbol sea sinónimo de éxito, pero quizás estamos siendo todos un poco reduccionistas. Quizás no todas palpitemos con el bichotismo de Karol G y no entendamos porqué Taylor Swift sube el PIB de la ciudad en la que toca su próximo concierto, sin embargo, no es nuestra generación la que se tira las manos a la cabeza cuando ve a un grupo de adolescentes prepararse coreografías de K-Pop en la Estació del Nord, y menos mal. Qué infelices seríamos.

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