Cartelera Turia

Diez personajes (o más) que conmovieron al mundo: Marx, temible lucidez

En los años cuarenta del siglo XIX, un joven Karl Marx (1818-1883) comienza a escribir en la prensa alemana. Lo hace contra el gobierno prusiano. Y lo hace con vehemencia: contra la censura, contra la represión. Cuando empieza a publicar, Marx aún no es comunista: como otros, sólo es un liberal desencantado que pronto acaba abrazando la democracia radical y el republicanismo. Durante toda su vida estudiará filosofía, leyes, literatura, historia, economía política. Observa, designa, escribe, se apropia de distintos lenguajes e inventa neologismos. Hay que nombrar el mundo de la desigualdad y de explotación.

Es un varón muy bien dotado intelectualmente. Es un tipo de mucho genio: muy pagado de sí mismo, volcánico, bebedor, culto. Se sabe perspicaz y habilidoso. Y sabe mirar el mundo que le rodea para ver lo que éste encierra o esconde, para explicarse aquello que sucede y para entender las acciones humanas: la explotación del hombre por el hombre. Ver no es conocer. De hecho, Marx no mira, sospecha.

Es un filósofo de la sospecha. Quiere desentrañar lo oculto, quiere ir más allá de la mera apariencia de las cosas (individuos que se afanan), para lo cual somete lo real a la observación sistemática. Por debajo de lo evidente (un mundo de seres que obran de acuerdo con sus intereses), hay una estructura, una red de relaciones desiguales que a todos vincula y hay una base económica que a todos fatalmente determina. En los años cuarenta del siglo XIX, Marx aún es ese joven publicista, pero en él también vemos al ilustrado racional y al romántico pasional. Vemos al pensador que confía en la ciencia y al escritor que se vale de toda suerte de recursos literarios para persuadir. Vemos al estudioso de gabinete y al polemista de prensa. Vemos al filósofo del sistema, del Sistema, y al intuitivo desordenado, al liberal frustrado y al futuro comunista, todo ardor.

En ese Marx hallamos al enamorado de Jenny von Westphalen y al amigo de Friedrich Engels. Hallamos al poeta vocacional y mediocre y al lector inagotable y creativo, aquel que salta de un libro o un autor a otro: Georg Wilhelm Friedrich Hegel, William Shakespeare, Heinrich Heine, David Ricardo, etcétera. Un largo etcétera, sí, de autores y de metáforas y de figuras míticas con Prometeo a la cabeza.

En Marx encontramos al tipo que examina con minucia lo concreto y al individuo que tipifica y describe, que establece y fija grandes abstracciones, aquel que se vale de instrumentos prestados y reelaborados para nombrar de nuevo modo al protagonista histórico del mundo reciente: la burguesía.

En cierto sentido, Marx resulta admirable: tales son el esfuerzo titánico que lo anima, la decidida voluntad de cambio, el empeño intelectual que despliega. Pero Marx también es temible: él mismo es un exceso histórico que se sale de contexto, un individuo de escaso sentido práctico que frecuentemente está contra el sentido común, una genialidad dañada y soberbia, pues es la suya —y así la vive— una herida omnipotente. De impredecibles consecuencias.

En el Manifiesto comunista (1848), que escribirá con Engels, hay ciencia y pensamiento, hay realismo, hay un compendio de saberes ajenos, hay ideología y cosmovisión, hay fantasías de mucho vuelo y alta literatura. En el Manifiesto, ese panfleto de primer orden, hay prosa enérgica, metáforas sorprendentes, imágenes vívidas. Pero, sobre todo, lo que hay es una guía para perplejos, para lectores que quieren explicarse su realidad desbocada. Durante más de un siglo, ese escrito será el esquema simple, la síntesis que explica cómo funciona el mundo. Por su puesto, el Novecientos no se limita al el Manifiesto. Sin embargo, sus grandes adversarios lo harán aún más influyente.

Estar con Marx y contra Marx ha sido una de las claves del siglo XX, así como desmentir o sugerir nuevas cuestiones que en el Manifiesto no podían figurar. Estar con Marx y contra Marx ha significado denunciar las desastrosas consecuencias de su soberbia utopía, racional y visionaria. Decía nuestro autor en uno de sus textos que el ser humano únicamente se plantea los problemas que puede resolver tarde o temprano. Es y no es así. Hay cuestiones que aún no hemos solucionado, que jamás solucionaremos y que más vale que no resolvamos.

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