MAITE IBAÑEZ: Hace unos días fallecía el empresario y mecenas José Luis Soler. Su recuerdo nos conduce a una forma de entender la cultura y el arte a través de la generosidad y altruismo. Él junto a su pareja, Susana Lloret, iniciaron un camino que desde el año 2017 permitió a la ciudad de València fortalecer su presencia en el mapa cultural nacional, llevando sus proyectos a los mejores puestos en las valoraciones del Observatorio de la Cultura. Bombas Gens traía buenas noticias al panorama cultural valenciano. Por un lado, recuperaba un capítulo de la historia de nuestro patrimonio arquitectónico, a través de la rehabilitación de la antigua fábrica de Bombas Hidráulicas Carlos Gens, que en el año 2002 un proyecto inmobiliario se proponía convertir en dos fincas más para el barrio de Marxalenes. Esa antigua fábrica se transformaba en un centro cultural único, con una magnífica colección de arte contemporáneo (más de 1.300 obras), y una triple actividad como centro de arte, centro social y centro de investigación.
El proyecto nacía conectado al barrio y, de esta forma, la nueva etapa filantrópica de Bombas Gens multiplicaba las posibilidades de generar la participación de los vecinos. Lo vimos a través de la memoria del lugar, con la exposición que abría ese ciclo, y conectando visitas guiadas con otras alquerías del parque de Marxalenes como la de Barrinto (actual biblioteca municipal) o la de Félix (que hace dos años se reabría como museo). El proyecto personal de los impulsores de la Fundación Per Amor a L’Art, también implicaba el apoyo a la investigación de la enfermedad de Wilson y la construcción de un nuevo edifico como centro social. Este espacio se creaba como Centro de Atención al Menor, destinado a dar oportunidades a niños de entre seis y 16 años en riesgo de exclusión social.
Según define el Ministerio de Cultura, la figura del mecenas actúa movido por el altruismo y es fruto de su compromiso social. Este tipo de acciones se han reflejado en otras personas como Jesús Martínez Guerricabeitia, que donó a la Universitat de València una colección formada por más de 400 piezas, cuyo hilo conductor representa el arte comprometido de la segunda mitad del siglo XX. Además, la Biblioteca Valenciana cuenta con 23.000 volúmenes de su biblioteca personal. Gestos compartidos junto a su esposa, Carmen García Merchante, y que se reflejan en las actividades de la sala de exposiciones del Centre Cultural La Nau que lleva su nombre.
Muchas de las adquisiciones de obra se formalizan a través de la celebración de Bienales, como la de Mª Isabel Comenge. Nombre que recuerda a la madre del mecenas José Castellano Comenge, que tiene como objetivo la promoción y fomento de pintores emergentes valencianos o residentes en Valencia. Queda pendiente que la compra de la antigua fábrica de curtidos se convierta finalmente en el museo que su impulsor quiso crear.
Otros ejemplos que muestran su impulso desde el mecenazgo, nos llevan a la Fundación Cañada Blanch con su apoyo a la producción artística y al tejido cultural valenciano a través de un premio, dirigido a las galerías que forman parte de la Asociación de Galerías de Arte Contemporáneo de la Comunidad Valenciana (LaVac) y a sus artistas. Como también lo hace El Secreto de la Filantropía, desde las exposiciones y el apoyo al Salón de Arte y Poesía “Paper”. Más recientemente, hemos podido disfrutar de la apertura del Centro de Arte Hortensia Herrero, ubicado en un lugar tan representativo como es el palacio de Valeriola, y que en abril ya había alcanzado la cifra de 100.000 visitantes. La selección de piezas de arte contemporáneo de esta colección privada, combinan el atractivo del montaje en un lugar del siglo XVII que cuenta la historia de nuestra ciudad. A través del mecenazgo cultural el tejido artístico y patrimonial valenciano sigue creciendo. Y por esta razón, es necesario subrayar la generosidad de sus protagonistas.