Cartelera Turia

HUEVO DE COLÓN: EL POZO DEL MENTIROSO

CARLOS MAZÓN caminaba entre la tragedia con los zapatos limpios y la mirada indiferente. Al igual que un aristócrata que contempla las ruinas de su propio palacio, parecía observar la devastación sin tocarla, como si sus palabras fueran una especie de incienso que debía bastar para purificar el desastre.

LA MENTIRA, como el vino que Aznar descorchaba en sus años dorados, debe ser añeja, repetida, degustada con calma hasta que la memoria olvide su verdadero sabor. Mazón parece haber heredado ese don alquímico: convertir la mentira en una costumbre tan natural que, con el tiempo, hasta los muertos la aceptan en silencio.

La AEMET lanzó sus advertencias con la constancia de un tambor en la lejanía. El presidente de la Comunitat Valenciana no quiso escuchar a los científicos, Tal vez por no estropear un goloso puente para los hosteleros que la Consellera Nuria Montes le susurraría al oído. En el escenario de la vida pública, Mazón ensayaba sus líneas, estudiaba el guion que mejor encajara en la tragedia, mientras el público valenciano, con los pies en el barro, esperaba la función principal: una ayuda que nunca llegaba.

LOS MUERTOS se contaban por docenas, como cuentas de un rosario que alguien rezaba sin fe. Mazón hacía números en su despacho, como si cada cifra fuera un cálculo de campaña, y mientras tanto, los desaparecidos se convertían en un rumor que el viento arrastraba hacia las calles vacías.

UNA PROMESA no pesa nada, pero construye laberintos. Mazón, como un rey despótico, se paseaba entre sus propias promesas vacías, sabiendo que las palabras no tienen forma ni peso. Para él, cada promesa era solo un eco que lanzaba al viento, con la esperanza de que nadie recordara el camino de regreso.

AL IGUAL que las rosas marchitas, la culpa ajena tiene un perfume embriagador. Mazón, al recibir las críticas, se las sacudía como quien espanta un insecto molesto, echando mano del recurso más antiguo en política: culpar al de al lado. Así, entre excusas y retóricas, el aroma de la culpa ajena se impregnaba en su traje de funcionario.

LA GENERALITAT de Cataluña extendió la mano y Mazón la observó con recelo, como si fuera un trozo de pan envenenado. Durante días, dejó esa ayuda en el aire, como quien deja una carta sin abrir en la mesilla de noche. Cuando al fin decidió aceptarla, el agua ya había marcado sus dominios en Valencia. Lo mismo ocurrió con el ofrecimiento de los bomberos de Bilbao y de otros lugares de España, mientras daba las gracias a las comunidades amigas del PP por las ayudas ofrecidas y escondía las del gobierno central, ante la mirada atónita de la delegada del gobierno, Pilar Bernabé. Un espectáculo que pudimos contemplar

MIENTRAS el agua se adueñaba de las calles, Mazón parecía empeñado en preservar su ego intacto, como si fuera el último muro que debía quedar en pie. Desoyó los avisos, ignoró las advertencias, y cuando el agua le llegó a los tobillos, ya era tarde para rescatar nada, salvo una dignidad descompuesta.

A LA SOMBRA de Aznar y Ayuso, Mazón danzaba entre los restos de la tragedia con una elegancia vacía, como un noble en una fiesta fantasma. Cada paso en esa danza era un juego de palabras, una excusa ensayada y una sonrisa congelada en el rostro, mientras Valencia, a su alrededor, se desmoronaba en silencio.

EN VALENCIA, los relojes se detenían y las horas pesaban como piedras en la espera. Mazón, desde su despacho, miraba al futuro con una tranquilidad desconcertante, mientras cada segundo caía como una gota en el estanque de una tragedia que ya nadie podía deshacer.

MAZÓN se quedó solo, entre los restos de las promesas rotas que había lanzado al viento como semillas en un campo desértico. Miraba las calles inundadas, las miradas vacías, y comprendía, quizá por primera vez, que una promesa vacía es un pozo en el que tarde o temprano también cae el mentiroso.

FEIJÓO, en un movimiento frío y calculado, ha soltado la mano de Mazón, dejando que el presidente de la Generalitat afronte solo el peso de sus propias decisiones y la inoperancia de los responsables de su gobierno. No hemos escuchado a la Consellera de Justicia, ni al de Educación, y mucho menos al secretario de emergencias, que en la mañana del martes 29 estaba reunido con una comisión taurina. Ahora, frente al espejo, Mazón intenta ajustar el discurso y salvar la imagen, pero las grietas son demasiado profundas. Las máscaras ya no ocultan el cansancio, la culpa y la soledad de un liderazgo que se desmorona. A cada palabra, el reflejo le devuelve la sombra de alguien que ha perdido el respaldo, y el eco de un apoyo que ya no existe.

CUANDO FEIJÓO da un paso atrás, Mazón queda solo en la tormenta, rodeado de las ruinas de una  gestión que el agua arrastró. Cada día que pasa, su figura se vuelve más frágil, más expuesta, como un barco a la deriva sin un puerto donde atracar. Las sombras de sus errores se agrandan, proyectadas en cada calle inundada y en cada mirada de desconfianza que le sigue. La tormenta ha pasado, pero Mazón, abandonado, pretende salvarse responsabilizando a la UME y al gobierno de España de su nefasta gestión, en unas declaraciones realizadas en el territorio amigo de La Cope el lunes 4 de noviembre.

FEIJÓO se retira y Mazón siente el peso de un liderazgo solitario. La imagen de Mazón, antes protegida, se transforma en una figura que Valencia observa con escepticismo y desconfianza. Sin Feijóo como escudo, sus decisiones quedan al desnudo, y la herencia de la tragedia cae sobre él como una carga que debe asumir solo. En cada paso que da siente el eco de un abandono final y la sombra alargada de su propia gestión fallida.

A Mazón solo le queda dimitir.

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