ANDREA MOLINER: “Primero sobrevivir, y luego filosofar, o hacer arte”. Nada en esa frase está puesto al azar, ni siquiera su orden. De hecho, la urgencia parece apremiar en cada curva de su grueso contorno. La prisa. El correr hacia adelante. Tratando de salvar lo poco que nos queda del reino material de las cosas en propiedad (o no) para luego salvarnos a nosotros mismos. La comprensible pero también impulsiva necesidad de recuperar cuanto antes la “normalidad” o al menos algo que se le pueda parecer. Porque tras una tragedia el puzle vital resultante puede no contener todas las piezas, básicamente porque muchas de ellas se hallarán sepultadas por el lodo y las huellas de la incompetencia política. A Rafael Chirbes – uno de mis imprescindibles y, a mi juicio, uno de los autores más infravalorados de la literatura española – le debemos ese conjunto de palabras que habitan entre las comillas del inicio del presente artículo. Proceden, como no, de En la orilla, escrita en el año 2013 y merecedora del Premio Nacional de la Crítica al año siguiente de su publicación. Una novela que, además de ser una muestra del momento más álgido de su autor a nivel literario, busca servir de crónica de las causas y consecuencias económicas, sociales y morales de la burbuja inmobiliaria que primero encumbró y luego arrasó sin piedad, cual tsunami, a toda una generación que decidió surfear la ola para después darse de bruces contra las escarpadas rocas. Un libro que, por razones más que obvias, ha vuelto a la vida tras una injustificada ausencia dentro del ámbito literario e intelectual.
Sin embargo, no estoy aquí para reseñar la magna obra de Chirbes – aunque bien merecería un análisis pertinente llegado el momento- sino para reflexionar entorno al dilema moral que siempre surge cuando la tragedia ha permeado tanto a nivel físico como en un plano más ligado a la conciencia y a las emociones: ¿la cultura como accesorio o como herramienta imprescindible? E ahí la cuestión. ¿Cancelación de programación frente a reforzamiento de ésta? O más adherida a la frase citada ¿Supervivencia o literatura? En un principio parecen dos trenes a punto de chocarse, dos cuerpos carentes de química incapaces de acariciarse mutuamente, dos titanes a punto de iniciar una batalla por el control de la realidad tangible. Sin embargo, y aunque es comprensible entender que, cuando lo has perdido todo o te invade la culpa por no estar haciendo lo suficiente en la reconstrucción (ojo, futura palabra favorita de la prensa mediática en los próximos meses) no hay párrafo, verso, diálogo, plano, secuencia, interpretación, monólogo, montaje, riff de guitarra, sinfonía, cantata, pose fotografiada o pincelada sobre lienzo que pueda recomponer los pedazos vitales e introspectivos arrancados por la riada, no podemos olvidarnos de que la cultura es el primer sector – y en ocasiones el único- que suele bajar los brazos ante la catástrofe. Durante la histórica manifestación del pasado sábado día 9 de noviembre no vi pancartas o consignas dirigidas exclusivamente a todos aquellos empresarios que, ni siquiera en el peor de los escenarios posibles, se dignaron a anteponer las vidas de los trabajadores por delante de los beneficios económicos. Primó más el miedo a que no entrara dinero en caja a que tus empleados se vieran atrapados en medio de un torrente de agua mientras hacían el reparo. Al rededor de la cultura, por supuesto, también se articula un tejido empresarial compuesto de editoriales, discográficas, compañías teatrales, librerías, estudios artísticos, talleres, teatros, productoras o cines por citar algunos ejemplos. No obstante, deberíamos preguntarnos por qué éstos y no otros deciden sumarse al duelo cancelando toda actividad, con todo lo que ello supone en un sector ya de por si precarizado. ¿Acaso no seguimos dándole alas a todos esos machacones discursos que siguen menospreciando a la cultura día tras día?
En mi opinión pienso que es perfectamente compatible que la rueda de la cultura no deje de girar siempre y cuando ésta no viva desconectada de la realidad que está teniendo lugar al otro lado del Cauce nuevo del Turia. Apoyando, por ejemplo, iniciativas como la del Gremi de Llibrers de Valencia, la de El Teatre Micalet, la de Músicos por la Dana o la del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Valencia entre otras muchas. Pues no debemos olvidar que son numerosos los espacios culturales que se han visto afectados por la DANA y que hoy necesitan toda la ayuda posible para poder resurgir y volver a ser el faro que ilumine las vidas de los habitantes de L´Horta Sud. Es posible que un poema de Plath, un plano secuencia de Kubrick, una estrofa cantada por Serrat, una obertura de Verdi, un cuadro de Sorolla, una mirada capturada por Capa o un fragmento del monólogo de Carmen Sotillo en Cinco horas con Mario no te cambien la vida o no consigan paliar la desazón. La cultura no obra milagros, tampoco es una pastilla que te la tomas por prescripción médica. Pero tal vez pueda convertirse en un pequeño refugio ante el incesante zumbido de los charlatanes, mentirosos y desinformadores natos.