Cartelera Turia

LIBRÉRAME: UNA SONRISA EN LA OSCURIDAD

ANDREA MOLINER: “Hay cosas que nunca cambian. Y si cambian, no importa;

puedes cubrirlo todo con mucho tinte negro.”

Cookie Mueller.

Me fascinan las vidas de aquellas personas que habitaron con plenitud o en los márgenes la contracultura de los años setenta. No lo puedo evitar. En lo cinematográfico me ocurre lo mismo. Seguramente porque los últimos estertores del hippismo acabaron descuartizados por Leatherface en un lugar de Texas de cuyo nombre no quiero acordarme o tal vez por la posibilidad de que cualquiera pudiera llevar el demonio dentro. Primero fue una joven embarazada afincada en un bohemio apartamento de Nueva York y luego una niña de doce años a la que solo la puede salvar el padre Karras, el cura menos cura de la historia del cine. Por no hablar de la sangre de cerdo que cubre el rostro de una adolescente a punto de perpetrar una memorable venganza, la leche que se toma Alex y sus Drugos a modo de ritual antes de irrumpir con violencia en una casa de diseño o, por supuesto, de la mierda que Divine recoge del suelo (previa defecación perruna) e ingiere frente a la cámara de John Waters en la que es considerada una de las escenas más audaces, a la vez que polémicas, de la historia del cine.

NEW YORK – FEBRUARY 1989: Novelist and actress Cookie Mueller poses for a February 1989 portrait n New York City, New York. Cookie Mueller has starred in many John Waters films. (Photo by Bob Berg/Getty Images)

Cookie Mueller (Baltimore, Maryland, 1949) perteneció a este mundo, y en concreto a la troupe de Dreamlanders de éste último, llegando a participar en filmes como Multiple Maniacs, Cosa de hembras, Vivir desesperadamente y por supuesto Pink Flamingos. Buque insignia de un director cuya influencia en las generaciones actuales de directoras y directores es pública y notoria. Por todo ello, no es de extrañar que el rosa haya sido el color escogido por Los Tres Editores para ilustrar la portada del primer libro de Mueller que se traduce y edita en España. Aunque haya gente que piense que se debe al “barbiecore” que nos ha acompañado desde el pasado verano. Sea como sea lo cierto es que me resulta injusto encasillar a Cookie Mueller como la eterna secundaria de los filmes de Waters dentro de un contexto cultural, cinematográfico, social y político con tantas aristas y que ella misma se bebió hasta la última gota.

Caminar por aguas cristalinas en una piscina pintada de negro tiene, en primer lugar, el mejor título que se le puede poner a un libro. Ya les gustaría a muchas y a muchos que su primer texto se presentara al mundo bajo esta conjunción de elementos aparentemente opuestos que, sin embargo, acaban por tocarse con la punta de los dedos. Como si a un personaje de John Cheever le hubiera dado por consumir LSD o nos situemos ante el reflejo tétrico de una máscara cubierta con antiojeras y tonos pastel. Seguidamente, Mueller consigue arrancar risas de los deshechos y la injusticia más lacerante, incluso de aquellos episodios en los que la violencia sexual, la pobreza y el consumo de drogas irrumpieron en su vida con la fuerza de un huracán. Sin moralina, lo cual se agradece, Mueller es capaz de contarte con el mismo humor de quien se ha enfrentado al lado salvaje de la vida tanto sus andanzas por el Festival de Cine de Berlín como su experiencia siendo acosada por un asesino en serie durante su etapa de gogó. Con ella viajas a ese velero en el que a punto estuvo de morir durante una loca travesía entre Nueva York y el Caribe, a esa Italia plagada de babosos, a esa empresa de alquiler de trajes donde realiza una pequeña hazaña que cualquiera que tenga conciencia de clase aplaudiría sin dudarlo, a ese escenario donde llegaron a las manos por culpa de una obra de teatro fallida, al momento en el que estuvo a punto de unirse a la familia Manson y a las mil y un aventuras compartidas con la fotógrafa Nan Golding.

Es impresionante la facilidad con la que Mueller es capaz de situarse o tropezarse con los personajes más variopintos del panorama cultural de aquellos años. De ahí que, en ocasiones, tendamos a dudar de su relato. Sin embargo, Cookie consigue encauzarte de nuevo porque, aunque la fantasía siga siendo una licencia preciosa, no es el qué sino el cómo. En esa forma de contarte como, siendo adolescente, compartía su vida amorosa con dos amantes – disfuncionales y con finales de existencia sacados de una película de Waters- sin avergonzarse ni un ápice en uno de los inicios más potentes y honestos que he leído en años. En su capacidad de supervivencia feroz tanto para recuperarse de las secuelas de una violación como para hablarte del amor por su hijo Max. En las ganas, en la bestialidad emocional, a pesar de que la imagen que transmitas resulte triste o preocupante. Porque Cookie Mueller se creyó aquello que tan bien definió el refranero patrio: “si te dan limones, haz limonada”. Aunque ésta fuese del color de los sueños tras una de las muchas palizas que te da la vida.

 

LIBRÉRAME: UNA SONRISA EN LA OSCURIDAD

LIBRÉRAME: CASA TOMADA.

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