Cartelera Turia

MÚSICA: ARAÑANDO TECHOS CRISTALINOS

CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA: Qué difícil ser valencià . Lo dice una bonita pintada del Barri del Carme, pero cualquier músico local – dicho esto sin ninguna equivalencia con “menor”, ni por asomo, aunque a veces convenga matizarlo – podría firmarlo a ciegas. Pasan los años, incluso las décadas, y esa carencia de un poder valenciano con incidencia real en el tablero de juegos estatal, que tanto vemos en el ámbito de la política, sigue teniendo un equivalente meridiano y tristemente inamovible en terreno pop. Pocos sellos discográficos, pocas infraestructuras (más allá del enorme conglomerado de festivales) y, en definitiva, pocos altavoces. A todo eso se enfrenta una escena que, tan solo en un ínfimo porcentaje de casos, aspira a profesionalizarse de forma íntegra y a ganarse las lentejas rasgando guitarras, aporreando baterías y recitando textos. Es la misma vieja canción, que no impide – lógicamente – que se sigan publicando buenos singles y buenos álbumes. De entre el centenar largo de referencias que se publican al año en la Comunitat Valenciana, hay discos malos, otros mediocres, otros muchos solventes y algunos que son, directamente, brillantes. Y aprovechando que llegamos al ecuador de este extrañísimo 2020, repasamos algunos de los que acumulan más
méritos, siempre bajo criterio de este (poco) humilde firmante.

Lo mejor que puede seguir diciéndose de la escena valenciana es, precisamente, que es tan diversa y heterogénea que prácticamente cualquier melómano podría encontrar motivos para saciar su apetito, por rebuscado, minoritario o ignoto que fuese. La etiqueta del pop valenciano es que no hay etiqueta. Malo es eso para “venderla” fuera de sus fronteras y que recabe cierto eco. Bueno es, sin embargo, para quien mantenga cierta inquietud, se abra de orejas y juegue mentalmente a establecer esos paralelismos que tan odiosos pero tan necesarios son a veces. ¿Quieren ustedes saber quién podría ser nuestro Jens Lekman, nuestro Stephin Merritt o nuestro Jonathan Richman, pero todo en uno? Pues háganse el favor de escuchar Los años líquidos (Discos de Paseo, 2020), el segundo álbum de Llum, el proyecto de Jesús Sáez, ex batería de Polar, hace un tiempo también en The Standby Connection, y firmante (para más señas) de una estupenda crítica del concierto que Bob Dylan ofreció en Viveros en 2006, publicada en esta misma Cartelera Turia en su momento. Pop elegante, algo de swing, sonidos fronterizos, algún ritmo Motown blanqueado y una imaginación pop a la que le ha sentado muy bien el formato de banda estable. Yendo a otro extremo, ojo a las figuras femeninas que en València van madurando al calor de la etiqueta r’n’b o

urban. Es decir, sonidos de raíz negra y vocación global. Jazzwomanes posiblemente la más audaz de ese incipiente listado (Albany, Tesa), y discos como su reciente Maléfica (Propaganda pel Fet!), que aglutinan hip hop , trap , reggaeton , electrónica y sonidos caribeños en afortunada cópula, son la mejor prueba. Como también lo fue, en unas coordenadas muy similares, Carne (Helsinkipro, 2019), el primer álbum del dúo Mueveloreina, salido a finales del ejercicio pasado pero disfrutado – en nuestro caso – en el primer tramo de este 2020.

Siguiendo con el juego de los parecidos razonables, si hubiera que buscar a nuestros Black Keys, esa banda que, partiendo de la tradición blues rock e incluso del garage rock , ha sabido expandir y actualizar su abanico de intereses dando esquinazo a la tan socorrida coartada vintage, había que hablar de Aullido Atómicoy su notable Hedonismo (La Cúpula), un cuarto largo que añade con tino pinceladas de jazz, de rythmn and blues , de rock fronterizo o de psicodelia. También podríamos recurrir (como tantas veces se ha hecho, y con razón) a las cansinas comparaciones para recomendar lo último de los ya casi veteranos Polock, pero ni hablar de los Strokes ni de Phoenix tiene ya sentido cuando uno se enfrenta a un disco como
Romance (Faster Love), que es el que más suena tan solo a los propios Polock en toda su carrera, y además lo hace – por vez primera – en castellano, haciendo que su mensaje nos sea más comprensible y sincero que nunca.

Wild Ripplepodrían también ser nuestros Biznaga. O nuestros Derby Motoreta’s Burrito Kachima, si nos queremos hacer entender por más gente y hacer
justicia a su concepto de la psicodelia densa, pero su autoeditado Mal/Bien (2020) expone otros muchos argumentos que merecen ser descubiertos por el lector. Y otro tanto podría decirse de Néstor Mir, quien ha recuperado por fin su mejor versión con un Un immens i infinit continent (Malatesta) que le conecta con el pop vaporoso que proponen los catalanes Ferran Palau i El Petit de Cal Eril o los baleares Da Souza, en su caso incorporando un par de chutes de dinamismo kraut rock e innegable influencia de Kurt Vile.

Hay mucho (y bueno) donde escoger, como ven. Pero el hecho de que de estas siete referencias solo una de ellas llegue editada por un sello discográfico valenciano (el resto son autoeditados o publicados por discográficas o empresas de fuera) ya es ilustrativo de todo lo que apuntábamos al principio de este artículo.

MÚSICA: ARAÑANDO TECHOS CRISTALINOS

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