Siempre me ha fascinado el cine de Isabel Coixet. Sus películas son como una armónica partitura que se va componiendo a medida que avanzan los minutos. Su forma de poner la cámara, la composición de los planos es de todo menos previsible. Con estas herramientas construye un relato alejado de cualquier naturalismo. Es la antítesis de otra gran directora como Icíar Bollaín. Todo estos elementos están presentes en Nieva en Benidorm. El paisaje decadente de esta gran urbe sirve de contexto para plantear una historia de personajes perdidos, náufragos en un mar de rascacielos. Sin duda es una excelente idea, pero esta vez Isabel Coixet no consigue dar con la alquimia narrativa que engarce todos esos elementos que hacen su cine, esa cosa única e irrepetible. Como la buena alquimia, es difícil explicar por qué no funcionan. La película comienza con un cierto tono de comedia, luego pasa a una especie de farsa, transcurre por un thriller y desemboca en algo intimista. Pero lo más importante es que el “lost in translation”, la relación entre los dos protagonistas, los maravillosos, Timothy Spall y Sarita Choudhury, no carbura. Y eso afecta a todo el relato. No hay magia, ni poesía, ni armonía. La presencia patria de la policía local que interpreta Carmen Machi y el carnicero, Pedro Casablanc embrutecen el relato. Están metidos con calzador. El cine no es una fórmula y, por tanto, hasta las más experimentadas directoras, pueden no dar con la tecla. Una alquimia sin magia.