“La mentira es solo otra forma de contar la verdad”. Con esta sugerente y reveladora frase comienza My Mexican Bretzel, la ópera primera de la directora Nuria Giménez Lorang, estrenada el pasado viernes en salas, después de su estreno online (en pleno confinamiento no le quedó más remedio) y su paso por varios festivales, en los que ganó distintos premios (entre ellos, el Premio del Público en el D’A Film Festival, los premios a Mejor Película, Mejor Dirección y Mejor Guion en el de Gijón o el Premio Found Footage en el de Rotterdam).
Esa frase inicial, además de la posibilidad de sugerir significados distintos para cada espectador, revela la esencia o la idea en la que se basa la película. Pues a partir de la utilización de imágenes de archivo pertenecientes a su propio abuelo suizo y la escritura de sus pensamientos y figuraciones, a modo de “falso documental”, melodrama y diario íntimo, tomando rasgos de cada una de estas formas o siendo todas ellas a la vez de manera transgresiva, Lorang construye un relato ficticio en el que crea un sugestivo juego y reflexión sobre la ambigüedad entre lo imaginado, lo posible (lo que podría haber sido y no ha sido), lo onírico y lo real, y, en el que se mezclan y dialogan el lenguaje cinematográfico y el literario. A través de la proyección de esas imágenes ya filmadas años atrás y la traslación a la pantalla a modo de subtítulos de lo que se nos presenta como pasajes de un diario personal, la película narra una parte de la vida de Vivian Barrett, una mujer de clase acomodada entre los años 40 y 60 del siglo XX, su mundo exterior e interior, los fragmentos de vida con su marido León, sus viajes juntos y también su intimidad, sus propios pensamientos, reflexiones, sentimientos, sueños y secretos.
En el caso de esta película, me interesa tanto lo que cuenta como su forma de hacerlo. Durante todo el metraje no escuchamos los diálogos entre los personajes, sabemos lo que ocurre por lo que vemos y lo que aparece escrito en los subtítulos. De ese modo, los silencios, además de darle fuerza y peso a los fragmentos de sonido que aparecen en ciertas secuencias, abren un espacio para la imaginación del espectador, permiten la fusión de sensaciones distintas que pueden provocar el cine y la literatura, el efecto de intensidad, placer estético o la emoción que puede provocar la visión de imágenes en la pantalla y el libre curso a la figuración que posibilita la soledad con los textos. En algunas secuencias, en las imágenes observamos a una Vivian en apariencia feliz, sonríe a cámara cuando su marido la filma, viajan y parecen pasárselo bien, disfrutan de la vida de placer que pueden permitirse, pero, en cambio, sus palabras no dicen lo mismo, quizá al mismo tiempo, en sus confesiones nos está revelando sus miedos, arrepentimientos, desilusiones, tormentos, pesadillas o angustias, o quizá no, y nos dice que se siente libre, sin ataduras, que no se arrepiente de lo que supuestamente debería de hacerlo, o todo a la vez, sus pulsiones de vida y muerte, y, así, a través de ese diálogo entre las posibilidades de la imagen y la escritura la película nos habla con sutileza y elegancia de las contrariedades humanas, de ese conflicto inherente a la existencia entre lo exterior y lo interior, lo revelado y lo oculto, lo que percibimos y el lado en sombras de las cosas.
Desconozco si habrán sido una influencia (las referencias o inspiraciones personales a veces son todo un misterio), pero la sensibilidad y la belleza de My Mexican Bretzel, la forma emocionante, lucida, sentida, viva y al tiempo sobria de narrar de Nuria Giménez Lorang me recuerda a la literatura de Lucia Berlin y al cine de Mia Hansen-Løve, cada una a su manera. Pues, a mi modo de ver, Giménez Lorang consigue crear algo no muy distinto a lo que Hansen-Løve se refirió como “un pensamiento cinemático” (o mi interpretación de este). Desde la libertad creativa, a través de distintos lenguajes crear un idioma propio para la narración de su película, en la que logra expresar con viveza emocional la conciencia e intimidad de un personaje y sus vínculos con su entorno, y, con ello, la construcción de un diálogo acerca del mismo cine y la escritura, sus dimensiones, posibilidades y relaciones con la vida.